Les contaré un poquito de mi historia: cuando fui niño, solía ser reservado, callado, demasiado analítico y muy feliz. Mamá, me recuerda como un explorador, alguien a quien le gustaba mucho desarmar cosas, investigar y analizar, eso me recuerda cada vez que tengo éxitos y fracasos, motivándome a seguir.
Yo, recuerdo que una de mis pasiones era escuchar, especialmente los problemas. Tengo tan presente en mi mente la mesa de comer de mis abuelitos “Mamita Chocha y Papá Lucho” tenían la costumbre de acogernos a todos a la hora de comer, lógico los niños en mesa aparte no teníamos opción a intervenir, opinar o preguntar en la “conversación de mayores” Creo que estas experiencias me favorecieron a desarrollar el talento para saber escuchar. Recuerdo, que en esa mesa y en diferentes espacios de la familia, en diferentes fechas y con diferentes personas se solía hablar de muchas cosas -ya saben- aquellas cosas importantes para los adultos, sí, me refiero a los famosos “problemas de la vida”
Recuerdo quedarme, escuchando las historias, las conversaciones y los “chismes” que tenían los adultos, los jóvenes y por su puesto los niños. Tenía curiosidad de entender las múltiples maneras de pensar, sentir y actuar de las personas. Pero, sobre todo, me preguntaba ¿Por qué sufrían? ¿Por qué tenían tantos miedos, frustraciones y traumas? ¿Qué podría hacer Yo, para ayudarles? ¿Cómo podría decirles que si hay solución?